María Victoria Fernández de Ramis (*)Hablar de límites hoy en día, en esta sociedad en la que nos ha tocado vivir, que está tendiendo cada vez más al laissez faire, nos suena anacrónico. Las normas, las leyes, se interpretan muchas veces como represión, como censura. Y sin embargo —y paradójicamente— por el mismo hecho de vivir en esta sociedad posmoderna es que hablar de límites resulta hoy indispensable.Las normas nos ordenan como sociedad; nos guían y nos orientan en nuestro accionar. Nos dicen qué podemos hacer y qué no. Su existencia no es pura arbitrariedad, sino que nos ayudan a defender nuestros derechos y hacernos cumplir nuestras obligaciones; y de esta manera, en definitiva, hacernos respetar también el espacio del otro. Es más, las normas cuando son claras y explícitas nos permiten descansar en ellas. Uno puede estar de acuerdo con las mismas o no, según la ocasión.Una sociedad sin reglas no sería una sociedad sino una aglomeración de personas. Y si lo pensamos bien, enseguida nos damos cuenta de que una vida así sería caótica. Dentro de cada una de las instituciones que componen la sociedad la situación es semejante. Cada una posee sus propias normas y todos los integrantes de la misma tienen que respetarlas, para así lograr convivir en armonía y tranquilidad. Dentro de cada casa, trabajo, grupo, pasa lo mismo. Hasta dentro de cada juego hay normas establecidas.DESDE LA INFANCIA. Desde niños necesitamos de los límites que nos imponen los adultos; y uso el verbo “imponer” con expresa intención. Los necesitamos para crecer sanos, para formarnos como buenas personas, para aprender a elegir; los necesitamos para sentirnos amados, respetados y protegidos.Muchas veces, y sobre todo en esta sociedad que le tiene tanto miedo a la “frustración del niño”, vemos con malos ojos a un padre exigente. Enseguida lo tildamos de autoritario. Es extraño realmente. Mezclamos los conceptos. Cumplir nuestro papel de autoridad dentro de la familia no es autoritarismo ni mucho menos. Padres comprometidos y responsables es lo que nuestros hijos necesitan. Amigos buscarán en otros ámbitos, no en el seno del hogar. Es importante que al menos nosotros, los adultos, tengamos esto en claro.Es función nuestra, de los padres, educar a nuestros hijos, guiarlos en su proceso de crecimiento, ayudarlos a formar, respetar y vivir su propia escala de valores, enseñarles a respetar al prójimo y a amarse ellos mismos... También es función nuestra marcarles sus errores y ayudarlos a corregirlos, exigirles dar lo mejor de ellos mismos, permitirles ciertas acciones y negarles otras.DESTERRAR EL TEMOR. No tengamos miedo. Por supuesto que ellos, los hijos, al momento de pedir algo, preferirán un padre condescendiente que los deje vivir “su vida”. Pero si tomamos el camino de “dejarlos ser”, por la demagogia de pretender ser los padres más queridos caeremos en el error de dejarlos sin la figura parental, tan importante para guiarlos en su crecimiento. Cada uno de nosotros, dentro del grupo familiar, tiene su rol y está bien que así sea. Es sano, es justo y es lo correcto.Repensemos nuestro accionar y veamos si estamos encaminados. Siempre hay tiempo de remediar los errores sobre la marcha. Rescatemos el valor de cumplir las normas en nuestras casas, en nuestros trabajos, en nuestros grupos sociales. Sólo de esta manera lograremos vivir en un país en el que reine el respeto por uno mismo y por los otros, en el que todos podamos sentirnos libres realmente, haciéndonos dueños en parte de las normas que nos rodean.(Especial para Abriendo Surcos Paraná)(*) Licenciada. Profesional de la Fundación Proyecto Padreswww.proyectopadres.org
Fuente:
El Diario
26/05/09
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