Desde el mismo momento en que sabemos que seremos padres, comienza el largo periodo que tenemos de hacer de nuestro hijos unas personas bien educadas que, ante todo, sepan valorar lo que en su hogar les ha tocado vivir con sus demás hermanos y familiares.
En muchas ocasiones, quizás seamos los padres los que primero deberíamos aprender a comportarnos como verdaderos adultos que somos, antes de inculcar a nuestros hijos unos valores que, en la práctica, nosotros mismos no tenemos en cuenta. Desde pequeños ya entienden todo cuanto escuchan en su entorno y saben distinguir lo que está bien de lo que no lo está. Por eso es muy triste ver un niño traumatizado por el hecho de ver en su casa a unos padres que se enfurecen y se pelean con cierta asiduidad. Por el contrario, si lo que los pequeños respiran es paz y alegría, probablemente, se les notará para su posterior desarrollo. No toda esta labor es exclusivamente de los progenitores, también en los colegios será necesario que rindan de acuerdo a sus posibilidades. Pero esto si que es algo que a los padres nos cuesta entender. Queremos para nuestros hijos lo mejor, eso está claro, pero lo que también deberíamos comprender es que no siempre son cómo a nosotros nos gustaría que fueran. Ellos deben tener su propia identidad y darles desde que saben tener uso de su persona la suficiente autonomía como para que sepan labrar su vida. Eso, supongo, les hará mas independientes, pero no por ello nos van a querer ni más ni menos. De lo que se trata es de que entre ambos, padres e hijos, haya comprensión para que estos vean a sus padres como lo que son, sus progenitores; pero también como los mejores amigos en los que se puede confiar, para pedir ayuda cuando lo necesitan. Igualmente debe ocurrir con los profesores. Los niños deben ir al colegio con ilusión, sabiendo que allí van a aprender a manejarse para el futuro y que les esperan sus compañeros de juegos, con los que debería tener una agradable relación, sin tener en cuenta su ideología o raza. Antiguamente no había nada de esto. Tanto con los padres como en la escuela teníamos un gran respeto o, quizás, miedo de hacer algo mal por temor a las represalias. Eso es lo que, a mi juicio, ha cambiado bastante. Aunque aún haya padres autoritarios que quieran imponer su voluntad y profesores que castigan a los niños por el simple hecho de no obedecerles, creo que si entre todos ponemos un poquito de nuestra parte y llegamos a comprender que nuestros hijos forman ya parte de otra generación con diferentes ideas a las nuestras (lo mismo que nos ocurrió a nosotros) haremos de ellos unos hombres y unas mujeres de los que nos sentiremos orgullosos y por lo que ellos mismos se sentirán felices el día que así lo puedan comprender.
En muchas ocasiones, quizás seamos los padres los que primero deberíamos aprender a comportarnos como verdaderos adultos que somos, antes de inculcar a nuestros hijos unos valores que, en la práctica, nosotros mismos no tenemos en cuenta. Desde pequeños ya entienden todo cuanto escuchan en su entorno y saben distinguir lo que está bien de lo que no lo está. Por eso es muy triste ver un niño traumatizado por el hecho de ver en su casa a unos padres que se enfurecen y se pelean con cierta asiduidad. Por el contrario, si lo que los pequeños respiran es paz y alegría, probablemente, se les notará para su posterior desarrollo. No toda esta labor es exclusivamente de los progenitores, también en los colegios será necesario que rindan de acuerdo a sus posibilidades. Pero esto si que es algo que a los padres nos cuesta entender. Queremos para nuestros hijos lo mejor, eso está claro, pero lo que también deberíamos comprender es que no siempre son cómo a nosotros nos gustaría que fueran. Ellos deben tener su propia identidad y darles desde que saben tener uso de su persona la suficiente autonomía como para que sepan labrar su vida. Eso, supongo, les hará mas independientes, pero no por ello nos van a querer ni más ni menos. De lo que se trata es de que entre ambos, padres e hijos, haya comprensión para que estos vean a sus padres como lo que son, sus progenitores; pero también como los mejores amigos en los que se puede confiar, para pedir ayuda cuando lo necesitan. Igualmente debe ocurrir con los profesores. Los niños deben ir al colegio con ilusión, sabiendo que allí van a aprender a manejarse para el futuro y que les esperan sus compañeros de juegos, con los que debería tener una agradable relación, sin tener en cuenta su ideología o raza. Antiguamente no había nada de esto. Tanto con los padres como en la escuela teníamos un gran respeto o, quizás, miedo de hacer algo mal por temor a las represalias. Eso es lo que, a mi juicio, ha cambiado bastante. Aunque aún haya padres autoritarios que quieran imponer su voluntad y profesores que castigan a los niños por el simple hecho de no obedecerles, creo que si entre todos ponemos un poquito de nuestra parte y llegamos a comprender que nuestros hijos forman ya parte de otra generación con diferentes ideas a las nuestras (lo mismo que nos ocurrió a nosotros) haremos de ellos unos hombres y unas mujeres de los que nos sentiremos orgullosos y por lo que ellos mismos se sentirán felices el día que así lo puedan comprender.
Fuente:
Mujer Hoy.com
15/07/09
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