jueves, 24 de septiembre de 2009

El estilo de mando en la familia


Hace unas semanas, buscando por Internet, di con el correo electrónico de un buen amigo con el que había perdido el contacto.
Vive en una ciudad del norte del país, dirige una exitosa institución médica, y le corresponde coordinar al personal a su cargo, además del trato con clientes, proveedores y profesionales que prestan ahí sus servicios.
Después de los saludos normales en amigos que han dejado de verse por años, pasamos al terreno de los asuntos personales y me comentó que ha tenido algunas tensiones con dos de sus hijos adolescentes, que comienzan a rebelarse ante la autoridad familiar.
Mi amigo ha tomado posgrados y seminarios para pulir su estilo empresarial de mando y ser un buen administrador del negocio de su propiedad. Tiene las cosas claras, sabe lo que debe hacer y cómo hacerlo, pero…
El pero es que al director que sabe claramente lo que puede y debe hacer en la empresa, se le presentan dudas acerca de su “estilo de mando” en el ámbito familiar. El asunto no es extraño, ya que con frecuencia los padres de familia sufrimos de estas indecisiones y dudamos si estamos siendo demasiado duros o demasiado complacientes con los hijos.
El buen rato que conversamos nos dio oportunidad de repasar algunas sesiones de un curso de formación familiar en el que coincidimos, al poco tiempo de casados, mi amigo y su esposa, mi esposa y yo.
Ni autoritarios ni permisivos
La conclusión que sacamos en aquel entonces, luego de estudiar y discutir el caso de una de las sesiones, fue que, como padres de familia, deberíamos evitar colocarnos en los extremos del autoritarismo y del permisivismo. En aquel curso, nos insistieron que en las indicaciones o las órdenes que diéramos a los hijos deberíamos tener en cuenta estos factores:
Que sean claras, concretas, precisas, comprensibles y que el hijo las entienda.
Que les pidamos cosas razonables, sin caer jamás en lo absurdo.
Que estemos abiertos a valorar las alternativas cuando el hijo nos las presente en relación a ese asunto: formas más sencillas de realizar lo pedido, modificación de los plazos o de los términos, que aportemos mayor información del tema, que aceptemos que ellos puedan encontrar una mejor manera de realizar lo que pedimos.
En las sesiones del curso nos hablaron de evitar los errores en los que con frecuencia caemos los padres de familia: ser autoritarios, ser sobreprotectores y ser consentidores.
Ser consentidores en exceso afecta a los hijos
Los padres consentidores tratan de evitar que el hijo se incomode o se moleste y huyen hasta de la posibilidad de una confrontación con los hijos. Esto los lleva a ceder una vez y otra, a no exigir, a dejar pasar. Como es lógico, eso no lleva a buen puerto ya que tiene el peligro de fomentar hijos caprichosos, volubles, inconstantes y tiránicos además de inmaduros.
Los padres sobreprotectores buscan evitar a sus hijos todos los riesgos, pero si su actitud se lleva al extremo, solamente consiguen llevarlos a conductas pusilánimes y apagadas, a ser plantas de invernadero incapaces de vivir en una realidad que tiene de todo: bonanza y adversidad, éxitos y contrariedades, abundancia y carencias…
Por su parte, el autoritarismo paterno tampoco suele conducir a nada bueno: padres así hacen surgir hijos rebeldes, con un extremado afán de independencia y reacios a aceptar cualquier consejo; o al extremo opuesto: personas incapaces de asumir el riesgo de decidir por sí mismas y que están siempre a la espera de la instrucción o la orden que le den otros. Como puede verse fácilmente, tampoco es el camino.
Dónde está el equilibrio?
¿Cómo podemos los padres de familia apoyar a los hijos y permitirles madurar, para que asuman cada vez más responsabilidad de sus propias decisiones?
En la educación no sucede como en las cadenas de “comida rápida”, que se ufanan de tener la “receta secreta”. Dado que se busca desarrollar personas libres, la educación familiar tiene algo de ciencia, pero mucho de arte. No hay recomendaciones “estándard” que sirvan para todos los casos.
Obviamente, se parte de principios básicos como es el amor a los hijos y la responsabilidad que los padres tenemos de educarlos para que sean personas que libremente elijan lo mejor. Pero a partir de ahí se debe hilar fino y saber que como los hijos no son iguales, merecen un trato diferente cada uno y que lo que funciona en un caso no es ninguna garantía en otro.
- ¡“Caray, comentó mi amigo, a veces resulta más difícil llevar bien a los hijos que al personal de la empresa! Y en parte tiene razón, ya que la principal de las responsabilidades está en la familia, aunque para el empresario y el director de empresa existe también la responsabilidad de educar y desarrollar el personal a su cargo. Pero eso nos llevaría a otro comentario.


Fuente:

Desde la red

27/09/09



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