lunes, 14 de septiembre de 2009

Padres ocupados: hijos estresados


El comienzo del año académico significa para los chavales el reencuentro con amigos que no veían desde el fin del curso anterior; también nace en ellos una cierta curiosidad por conocer con qué compañeros compartirán el aula, y qué profesores serán los encargados de impartir las materias educativas. Y para muchos pequeños, esos macacos de tres y cuatro años, supone a menudo un acontecimiento de tintes dramáticos, al tener que separarse del cobijo de sus padres a la puerta del colegio, después de haber estado a su vera todo el verano; escenas de llantos desesperados se vivieron este ultimo jueves, teniendo aquéllos que armarse de valor para no sucumbir a las lágrimas de sus pequeños, que no entendían el abandono al que le sometían sus progenitores. Trauma que afortunadamente suele desaparecer a los pocos días.Lo que a estas alturas sí es un quebradero de cabeza para algunos padres es cómo cronometrar y planificar el tiempo de sus hijos desde que se levantan hasta que se acuestan; cómo rellenar cada minuto de las horas que no están en clase con un sinfín de actividades ultra y extraescolares, de tal modo que cuanto más tiempo ocupado tengan los chavales, de más tiempo libre gozarán ellos, que no obstante justificarán esa peculiar educación y modo de actuar con sus crianzas invocan do el clarísimo beneficio (¡quién osaría dudarlo!) que reporta el hecho de que su niño, con tan sólo seis añitos, fíjate, hable a la perfección cuatro idiomas, sea el mejor de su clase en tres deportes, y toque el piano y violonchelo como los ángeles (que ya apuntaba maneras desde bebé, con un oído finísimo cuando tarareaba las nanas). Todo esto, aparte de la espiral de competición en la que se meten de lleno los padres, que escudriñan y se espían entre ellos para averiguar a qué actividades irán los hijos de fulano o mengano, con el único afán de lograr que su hijo sea el más listo y mejor preparado, cualidades que tendrá el que más numero de actividades complementarias sea capaz de soportar, aun a riesgo de parecer los hijos robots (cuando no gilipollas). Y que no se le ocurra al pobre chaval quedarse dormido, de puro agotamiento, delante del plato de sopa, pues un sonoro pescozón le despertará y recordará que tiene tres minutos para acabar la cena, cepillarse los dientes y meterse en la cama, so pena de castigo a decidir en función de la demora en que incurra, pues a punto está de comenzar la serie de televisión favorita de papá y mamá, que no quieren perderse su inicio.Seamos un poco sensatos. No cabe duda de que es conveniente inculcar desde un principio a los hijos la afición por algún deporte, el gusto por la música, o la facilidad para aprender idiomas que el día de mañana le abrirán puertas. Ahora bien, queridos padres, el niño, ante todo, tiene que ser niño, comportarse como niño, sentir como niño, jugar cuando aprende y aprender cuando juega. Piensen que bastante deprisa hemos de vivir a diario nosotros la vida, como para someter a los más pequeños a ese estrés de horarios y tareas. No seamos egoístas, en la elección del número de actividades extraescolares no puede primar más el interés de los progenitores que el bienestar y educación de los hijos; no busquen la combinación horaria perfecta que les permita dejarlos frescos a primera hora de la mañana y recogerlos derrengados a última, a punto para enchufarles la cena.La mejor educación complementaria no se imparte en los gimnasios, en los conservatorios, o en los talleres de pintura; la mejor educación, si se quiere y se tiene paciencia, se imparte en casa y pasando tiempo libre con nuestros hijos. El mejor juego del niño es el que juega con sus padres, el mejor gol del niño es el que le metió el otro día a su padre en el parque. Lo que ocurre es que los padres están cansados, muy cansados, de trabajar para pagar el colegio y actividades extraescolares de sus hijos. Por eso no juegan con ellos. Paradojas de la vida moderna.


Fuente:

La Región

14/09/09



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