A los ojos de los padres, los maestros se convierten en los "otros padres" de sus hijos.
Así es que los padres tienen (o deberían tener) un interés legítimo respecto a lo que los maestros hacen a sus hijos.
¿Serán los maestros una buena o mala influencia? ¿Ayudarán a los niños a aprender? ¿Querrán los niños a sus maestros? ¿Lograrán los maestros que los muchachos se comporten? ¿Les enseñarán lo que debe saber?
A los ojos de los maestros, los padres son los "otros maestros" de los alumnos. Así es que los maestros tienen un interés, también legítimo, por lo que los padres hacen a los alumnos cuando regresan a su casa de la escuela.
¿Qué clase de ambiente hogareño tiene el alumno? ¿Se preocuparán los padres por que los muchachos hagan su tarea? ¿Criticarán los padres los métodos de enseñanza de los maestros o sus métodos de disciplina? ¿Esperarán demasiado de los maestros, especialmente cuando se trata de corregir los problemas que los chicos tienen en su hogar?
Los padres sufren si la relación maestro-alumno es mala; los maestros sufren si la relación padre-hijo es mala.
Ambos tiene parte en la relación que el muchacho tiene con el otro adulto. A pesar de este interés mutuo en el comportamiento del otro, un padre y un maestro rara vez tienen una relación significativa entre sí.
No se ven con frecuencia, y cuando se ven, el tiempo que están juntos es muy limitado.
No es de sorprender que los padres hayan sido tradicionalmente muy ineficaces para influir sobre los maestros con el fin de que cambien, y que los maestros hayan sido impotentes cuando tratan de modificar la conducta de los padres.
Padres y maestros son en realidad agentes independientes y separados; cada uno tiene una relación importante con un muchacho pero no disfrutan de una relación estrecha e importante entre sí, aun cuando cada uno se ve afectado por el comportamiento del otro.
Los padres son los primeros maestros que tienen los niños y durante los primeros cuatro o cinco años, generalmente son los únicos de importancia.
Cuando se considera que durante los primeros cinco años de su vida un niño aprenderá alrededor del 90 por ciento de lo que aprenderá durante toda su vida, la importancia de la calidad de la enseñanza paterna alarmantemente clara.
Los padres no son simplemente los primeros maestros, son con mucho los más importantes.
El papel del padres como maestro con frecuencia dura hasta que el hijo llega a la edad adulta y en ocasiones hasta después.
El padre como maestro del niño
La educación de un niño empieza en el momento de nacer (o antes, según los expertos) y solo termina cuando llega la muerte.
Los padres constantemente enseñan a sus hijos todo lo que pueden acerca del mundo en el que crecen.
Muchos padres son maestros sumamente eficaces cuando sus hijos son muy pequeños. Su "área de aceptación" es muy amplia, y rara vez esperan grandes cosas o cosas irreales; la conducta del niño casi siempre es aceptable para los padres.
Si el niño ni puede aún coger una sonaja, no lo castigan ni lo condenan, ni lo tachan de "psicomotor retrasado".
Los padres simplemente lo intentarán de nuevo al día siguiente. Su actitud expresa: "todavía no es capaz de coger sus sonaja, pero lo hará uno de estos días".
Casi todos los padres conceden también una gran libertad a un niño pequeño de modo que pueda aprender por sí mismo cuando esté listo para hacerlo.
Muchos padres dejan al niño la responsabilidad total de lo que aprende y cuándo lo aprende.
Aceptan y confían en la capacidad del niño para aprender. Rara vez tienen los padres dudas graves sobre la potencialidad innata del pequeño para aprender.
Y nadie se sorprende de que la confianza y aceptación de los padres sea generalmente vindicada, y todos los días tienen efectivamente pruebas de todo lo que su hijo ha aprendido prácticamente por sí solo: cómo rodar en su cunita, cómo reconocer a la madre, cómo recoger un objeto, cómo estirar sus piernecitas, cómo comunicarse cuando tiene hambre o sed.
Hay algo muy hermoso acerca de los padres como maestros cuando sus hijos son bebés.
Parece que los padres están inherentemente equipados para ser maestros eficaces de niños muy pequeños.
Los maestros profesionales podrían aprender mucho de esos padres.
A medida que el niño que crece y empieza a querer caminar y hablar (sin ninguna enseñanza formal), algo sucede a los padres: empiezan a perder su eficacia como maestros.
Empiezan a "entrenar" a sus hijos, a "darles lecciones". Y presionan demasiado. Ofrecen premios y amenazan con castigos, sermonean y evalúan; comparan a sus hijos con otros niños; se preocupan y se afligen; usan todos los doce obstáculos.
Envían mensajes "tú" de culpa. Usan su poder y autoridad.
Las alternativas para estos métodos ineficaces de enseñanza […] son igualmente válidas para los padres que desean ser más eficaces como maestros de sus hijos.
También los padres pueden aprender la forma de obtener lo mejor de esta juventud a la que enseñan.
Así es que los padres tienen (o deberían tener) un interés legítimo respecto a lo que los maestros hacen a sus hijos.
¿Serán los maestros una buena o mala influencia? ¿Ayudarán a los niños a aprender? ¿Querrán los niños a sus maestros? ¿Lograrán los maestros que los muchachos se comporten? ¿Les enseñarán lo que debe saber?
A los ojos de los maestros, los padres son los "otros maestros" de los alumnos. Así es que los maestros tienen un interés, también legítimo, por lo que los padres hacen a los alumnos cuando regresan a su casa de la escuela.
¿Qué clase de ambiente hogareño tiene el alumno? ¿Se preocuparán los padres por que los muchachos hagan su tarea? ¿Criticarán los padres los métodos de enseñanza de los maestros o sus métodos de disciplina? ¿Esperarán demasiado de los maestros, especialmente cuando se trata de corregir los problemas que los chicos tienen en su hogar?
Los padres sufren si la relación maestro-alumno es mala; los maestros sufren si la relación padre-hijo es mala.
Ambos tiene parte en la relación que el muchacho tiene con el otro adulto. A pesar de este interés mutuo en el comportamiento del otro, un padre y un maestro rara vez tienen una relación significativa entre sí.
No se ven con frecuencia, y cuando se ven, el tiempo que están juntos es muy limitado.
No es de sorprender que los padres hayan sido tradicionalmente muy ineficaces para influir sobre los maestros con el fin de que cambien, y que los maestros hayan sido impotentes cuando tratan de modificar la conducta de los padres.
Padres y maestros son en realidad agentes independientes y separados; cada uno tiene una relación importante con un muchacho pero no disfrutan de una relación estrecha e importante entre sí, aun cuando cada uno se ve afectado por el comportamiento del otro.
Los padres son los primeros maestros que tienen los niños y durante los primeros cuatro o cinco años, generalmente son los únicos de importancia.
Cuando se considera que durante los primeros cinco años de su vida un niño aprenderá alrededor del 90 por ciento de lo que aprenderá durante toda su vida, la importancia de la calidad de la enseñanza paterna alarmantemente clara.
Los padres no son simplemente los primeros maestros, son con mucho los más importantes.
El papel del padres como maestro con frecuencia dura hasta que el hijo llega a la edad adulta y en ocasiones hasta después.
El padre como maestro del niño
La educación de un niño empieza en el momento de nacer (o antes, según los expertos) y solo termina cuando llega la muerte.
Los padres constantemente enseñan a sus hijos todo lo que pueden acerca del mundo en el que crecen.
Muchos padres son maestros sumamente eficaces cuando sus hijos son muy pequeños. Su "área de aceptación" es muy amplia, y rara vez esperan grandes cosas o cosas irreales; la conducta del niño casi siempre es aceptable para los padres.
Si el niño ni puede aún coger una sonaja, no lo castigan ni lo condenan, ni lo tachan de "psicomotor retrasado".
Los padres simplemente lo intentarán de nuevo al día siguiente. Su actitud expresa: "todavía no es capaz de coger sus sonaja, pero lo hará uno de estos días".
Casi todos los padres conceden también una gran libertad a un niño pequeño de modo que pueda aprender por sí mismo cuando esté listo para hacerlo.
Muchos padres dejan al niño la responsabilidad total de lo que aprende y cuándo lo aprende.
Aceptan y confían en la capacidad del niño para aprender. Rara vez tienen los padres dudas graves sobre la potencialidad innata del pequeño para aprender.
Y nadie se sorprende de que la confianza y aceptación de los padres sea generalmente vindicada, y todos los días tienen efectivamente pruebas de todo lo que su hijo ha aprendido prácticamente por sí solo: cómo rodar en su cunita, cómo reconocer a la madre, cómo recoger un objeto, cómo estirar sus piernecitas, cómo comunicarse cuando tiene hambre o sed.
Hay algo muy hermoso acerca de los padres como maestros cuando sus hijos son bebés.
Parece que los padres están inherentemente equipados para ser maestros eficaces de niños muy pequeños.
Los maestros profesionales podrían aprender mucho de esos padres.
A medida que el niño que crece y empieza a querer caminar y hablar (sin ninguna enseñanza formal), algo sucede a los padres: empiezan a perder su eficacia como maestros.
Empiezan a "entrenar" a sus hijos, a "darles lecciones". Y presionan demasiado. Ofrecen premios y amenazan con castigos, sermonean y evalúan; comparan a sus hijos con otros niños; se preocupan y se afligen; usan todos los doce obstáculos.
Envían mensajes "tú" de culpa. Usan su poder y autoridad.
Las alternativas para estos métodos ineficaces de enseñanza […] son igualmente válidas para los padres que desean ser más eficaces como maestros de sus hijos.
También los padres pueden aprender la forma de obtener lo mejor de esta juventud a la que enseñan.
Fuente:
El Porvenir.com
02/06/09
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