Cada viernes por la tarde, la dinámica es la misma en la casa de Verónica (49). Su hija Pilar, de 16 años, llega del colegio directo al computador a planear el fin de semana con sus amigas. Luego de horas frente al notebook, comienza el round: "Hoy te quedas en la casa, porque el sábado pasado llegaste después de la hora límite", discute la mamá. "¡Tú no entiendes nada! Para qué me quieres acá encerrada", replica la hija. Y así sigue la función.
Para Verónica es un desgaste: "Ella parte a su fiesta de lo más tranquila, mientras yo me quedo toda la noche dándole vueltas a la pelea", dice. Y no es la única. Según un estudio de la U. de Nueva York publicado en 2008, son las madres las que más resienten las peleas con sus hijos adolescentes. Mientras un 46% de ellas considera que las discusiones son destructivas y declaran sentirse desafiadas y estresadas, sólo un 23% de los hijos dice que las peleas con los papás son desgastantes y negativas.
¿Por qué a ellos les afecta menos? Según la autora del estudio, la sicóloga Tabitha Holmes, "para los jóvenes los conflictos son la instancia por excelencia de comunicación con sus padres". En la investigación, los adolescentes declaran que a través de los desencuentros logran entender más claramente los puntos de vista de sus padres y las peleas se convierten en ejercicios fundamentales de crecimiento. Más aún, es el momento donde ellos dicen abiertamente lo que piensan, algo que normalmente no ocurre en esa edad.
Sin embargo, los especialistas van aún más allá: el conflicto los enriquece en otras áreas. Diversos estudios en la década del 90 demostraron que los adolescentes que discuten con sus padres tienen mejor rendimiento escolar, autoestima y más valores. Una investigación de la U. de Florida en 2000 demuestra, en tanto, que los jóvenes que pueden intercambiar opiniones en la casa crecen con mayores habilidades de negociación, mejores niveles de pensamiento lógico, abstracto y crítico, y desarrollan la capacidad de considerar puntos de vista alternativos y opuestos.
Pese a todo ello, parece ser inevitable que para los padres los conflictos sean sinónimo de frustración. "Se cuestionan la crianza, todo lo que hicieron y no hicieron", explica la sicóloga de la U. Adolfo Ibáñez, Teresa Quintana. Una reflexión que los jóvenes sencillamente no hacen. "En esta etapa están centrados en ellos mismos y no tienen muy desarrollado el pensamiento complejo, por eso, no se lo cuestionan", agrega Quintana.
LA FORMA LO ES TODOPero hay que saber discutir con los hijos. Según los especialistas, los tres grandes NO en una pelea con un adolescente son la agresión verbal, la descalificación y la negativa de ambas partes a escuchar.
Dado que las discusiones entre padres e hijos actúan como válvulas de escape, la gran recomendación es que éstas salgan de a poco -focalizadas en temas concretos y recientes-, antes de que los conflictos se acumulen y "revienten".
"No hay nada peor que las peleas en que se abordan varios temas al mismo tiempo -donde no hay capacidad de jerarquizar- y afloran las cuentas pendientes y los conflictos anteriores", dice la sicóloga de la U. de Chile, Andrea Bravo.
El mejor test de cómo discute un padre son los resultados. Si la polarización les impide llegar a un acuerdo, la disputa no ha sido bien llevada. En cambio, si hay negociación, "y las dos partes sienten que ganaron, pero que también debieron ceder" - dice Bravo- es provechosa.
Lo que ningún padre puede soñar es que podrá esquivar el conflicto con un adolescente entre 13 y 15 años. Más aún, los expertos desconfían de las relaciones sin peleas y las califican como "engañosas". Puede tratarse de padres muy permisivos, que simplemente dejan hacer, o padres autoritarios, que imponen sus puntos.
Por ello, lo recomendable es asumir las discusiones y volverlas graduales. La gran receta, según la sicóloga Holmes, es tener una pelea al día. Esa sería la dosis necesaria para sacar lo mejor de las discusiones.
CONDENADOS AL CONFLICTO La adolescencia se define como una crisis. Entre los 12 y los 18 años, el cerebro está delineando su arquitectura definitiva, lo que implica una serie de cambios de humor y de comportamiento que incomodan a los jóvenes y a todos quienes los rodean. Definirse no es fácil: ya no son niños, tampoco adultos, pero quieren serlo.
Por todo esto es que en estos años se agudizan las tensiones intergeneracionales y con ello, los conflictos con los padres, quienes aún quieren mantener el control y no dárselo a ellos, "que siguen siendo niños ante sus ojos", escribe la sicóloga inglesa Terri Apter.
Del otro lado, los jóvenes luchan por el reconocimiento a la persona en la que se están convirtiendo. Y las peleas son la alternativa que encuentran para reivindicarse. "Son una instancia de autoafirmación y de diferenciarse de sus padres", dice la sicóloga infanto-juvenil de la U. Católica, Eve Marie Apfelbeck.
Los conflictos, entonces, son inevitables. Se calcula que el promedio de peleas entre un padre y un hijo adolescente es de dos veces a la semana, según un estudio estadounidense. El peak de intensidad y periodicidad se produce entre los 13 y 15 años.
En 2002, una investigación de la U. de Sevilla determinó que en ese tramo etáreo las peleas son un 10% más frecuentes de lo que serán a los 18 años y un 30% más intensas que al alcanzar la mayoría de edad.
LO DE SIEMPRE...Un estudio realizado en 2005 entre adolescentes chilenos reveló que los principales focos de disputas con sus padres son los permisos para salir y las horas de llegada, la ingesta de alcohol y los resultados académicos. En la misma encuesta, los padres declararon que veían a sus hijos como sujetos poco responsables y vulnerables.
Fuente:
La Tercera.com
23/06/09
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